Descripción
Hace algo más de un cuarto de siglo, dos excelentes sociólogos –Mario Gaviria y Enrique Grilló- levantaron lucida y dramática acta de la peligrosa succión que Zaragoza comenzaba a ejercer sobre el resto de Aragón. Un Aragón que, a lo largo de dos décadas anteriores, había sufrido ya una irreparable sangre por los fuertes flujos migratorios de los altoaragoneses hacia Cataluña y de los bajo aragoneses hacia Levante. A comienzos de la década de los setenta, se producía una gran segunda oleada migratoria centrípeta, hacia la capital regional, propiciada por los años dorados de los polígonos industriales de Cogullada y Malpica.
A resulta de ambas migraciones, Aragón no solo perdió casi un tercio de su población interior sino que, además, su territorio se desequilibró y se desvertebro de forma temeraria y prácticamente irreversible. El resultado final de ambos procesos es nítidamente patente en los albores del siglo XXI: un enorme territorio- casi la décima parte de España- con una bajísima población (menos del 3% de la población nacional) y con su gran centro de gravedad en una capital a modo de oasis en el corazón de un vasto desierto.
En Zaragoza tienen su asiento y residencia las más decisivas instituciones políticas, financieras, culturales y de creación de opinión. A ellas, esencialmente, corresponde a asumir la vieja deuda que la capital del Ebro tiene contraída con el resto de la Comunidad Autónoma y empezar a trabajar con decisión y convencimiento, para que aquel viejo diagnostico que daba título al libro de Gaviria y Grilló se convierta, para siempre, en un sólido y solidario “Zaragoza con Aragón”.
Las economías añadidas de segunda residencia, la mejora de la comunicaciones terrestres y ferroviarias, el Plan de Comercialización o la creciente puesta en valor de dos vectores esenciales de futuro como son la Naturaleza y el Patrimonio, sitúan a Zaragoza ante el reto indeclinable de pasar de madrastra a madre cabal y responsable.