Descripción
La ilusión tiene un tiempo y una edad nuestras vidas, también un nombre: Navidad.
Un Rey Mago te pasa la mano por el hombro y automáticamente toda la tristeza y el desánimo desaparecen. Por algo son reyes y además magos.
Los niños de la posguerra eran niños silenciosos y conformados como la palabra prohibida. Tenían pocos juguetes, muchos de ellos se los hacían con trapos viejos o simplemente jugaban y cantaban canciones que aprendían en la calle. También soñaban con ser futbolistas o toreros, monjas o maestras.
Fueron niños que pegaron sus mocos y su asombro en los escaparates de la calle Torre Nueva, en la pastelería Tupinambo o en la juguetería Bazar X, también en los Grandes Almacenes El Ciclón.
Niños a los que no había que decirles que la carta a los Reyes Magos debía ser sobria, ya que los reyes eran magos pero no ricos. Por eso algunos niños llevaban las botas aún grandes, que sus padres calzaron en el frente, y otros, sandalias de verano con calcetines en pleno Diciembre.
Para todos ellos, la Navidad fue el mejor momento de sus vidas. Para todos nosotros, un deber transmitir este legado.